H- (espacio vacío) @hecho_hache

    Recuerdo aquella hoja donde escribí: “me gusta retratar el vacío”. Hoy, al releerlo, veo que no se trata de retratar un objeto, sino de mostrar los rasgos del vacío, de explorar cómo se manifiesta y cómo nos toca.

El vacío se siente primero en la sensación. Surge cuando algo interrumpe lo que esperábamos, cuando un espacio se quiebra y nos obliga a mirar de otra manera. La primera palabra que escribí fue ruptura. Esa ruptura se presenta en lo cotidiano, en la vida, en la pérdida de una relación, en la separación. Al principio duele. Es como un hueco que nos deja a la intemperie. Pero después, poco a poco, ese espacio se vuelve fértil: nos permite aprender, reencontrarnos, sembrar de nuevo. El vacío duele, sí, pero también abre posibilidades.

Hay algo que me interesa especialmente: la disonancia del vacío. Imagino un espacio amplio y casi neutro, y en él, un globo rojo. No llena, no decora, no explica nada. Solo está ahí, alterando todo. La mirada se detiene, oscila, se pregunta qué hacer con ese objeto fuera de lugar. Esa tensión se repite en otros casos: una sombra apenas visible, unos ojos que asoman por la esquina de una puerta, una figura al fondo de una habitación vacía. Cada aparición rompe la calma del espacio, activa la atención y provoca curiosidad, incluso incomodidad.

En estos casos, la sintaxis visual se vuelve clave. Cada margen, cada intersticio, cada posición relativa de los objetos comunica algo. La disonancia no es ruido; es tensión, un tirón entre lo que vemos y lo que sentimos que debería estar allí o no. Nos obliga a mirar, a pensar, a sentir el vacío como algo vivo, que tiene peso y presencia a pesar de ser ausencia.

Las palabras me ayudan a pensar. Ruptura, latencia, intersticio, despojo, tensión, disonancia, gravedad… Nombrarlas es entender, traducir la experiencia en pensamiento. Es un modo de mapear cómo el vacío se muestra, cómo nos afecta, cómo se convierte en parte de nuestra mirada.

Todo esto surge de la práctica, de caminar por los espacios que habito, de fijarme en lo mínimo que altera la armonía, en lo que activa la percepción. La sensación de inutilidad, de desamparo, los huecos que dejan los objetos, los silencios que dejan los cuerpos… Todo eso forma parte de los rasgos del vacío que intento reconocer y mostrar en mi trabajo.

Quizá de eso se trate: de reconocer y mostrar el vacío, no para rellenarlo ni resolverlo, sino para abrirlo. Para que podamos percibirlo en su tensión, en su potencial y en su misterio. Cada mirada, cada gesto, cada silencio, es una manera de entenderlo, de explorar lo que está entre lo que se ve y lo que sentimos.